De teléfonos y suicidas

“Su compañía de teléfono le recuerda que su número favorito sigue siendo 6(seguido de las ocho primeras cifras que vengan a tu mente) las llamadas tienen un coste de 0,01 €/min. + Establecimiento + I.V.A. Si ya no le llama puede cambiar su número favorito en el 4466.”

- Normal que me avisen, hace más de un año que no llamo- dijo Santi mientras caminaba hacia su casa.

Había sido un duro día de trabajo, hoy dos personas se habían tirado a la misma línea de metro que el conducía. Uno, movido por los nervios claramente, se tiro indeciso bastante antes de que le tocara pasar, dándole tiempo al maquinista a frenar de urgencia con resultado bueno para el suicida, malo para sus propósitos.
La otra persona, bueno, no se había tirado exactamente, en realidad, se tropezó cuando la multitud empujaba para coger el circular en hora punta, con la mala suerte de caer a la vía en el preciso instante en que el metro de Santi pasaba. No pudo hacer nada, y ese era el único consuelo que tenía.
En esa parada la aglomeración de personas aprendió una lección, esa vida, no es vida, y eso fue precisamente lo que le costó a la chica sacrificada por la moral de la sociedad.

Era curioso, pensaba Santi, como el hombre que buscaba su muerte, ahora estaba tomándose una tila en el hospital para enfermos mentales, mientras que la pobre chica que llegaba tarde al trabajo ahora estaba mas o menos reconstruida, metida en una caja de madera rodeada de sus familiares y queridos.

Curiosa esta vida, ¿verdad?

Al llegar a casa, se descalzó, se quito la ropa y se quedo en calzoncillos (el calor era asfixiante) Se puso a calentar un sándwich en la sartén, y se lo cenó mientras veía en el telediario de CNN+ el resto de las noticias tristes del mundo.

Al acabar de cenar, puso el DVD de “La reina de los condenados”, cogió el móvil y llamó:

- Laura, ¿estas ahí?
- No, soy Manuel, está dormida, ¿Quién eres? y ¿Qué quieres a estas horas?
- Nada, olvídalo, no la despiertes, da igual. Lo siento, buenas noches.


A las 9.00 de la mañana le despertó el sonido del móvil.

Sms: Ola Santi, qtl? Sxo q bn, q krias anoxe? Ace un mntn q no ablams, y manu no sabia kien ers, kmbie de movl y se prdiern ls numrs, xo en qnto vi ese 686 sabia q ers tu.
Sta noxe te yamo y ablams, va? Sxo q te vaya tdo bn, cuidate. Bsts.xao!

Paris, la nuit

22/08/09
04.00 AM

Por fin llegué a casa. Eran poco mas de las 2 cuando decidí dejar a mi gente para volver a casa, para mañana pillar el avión.
La verdad es que no cabíamos todos en el taxi, y como siempre tuve complejo de Jesucristo, improvisé una despedida para siempre (o no) y decidí buscarme la vida para volver.
Siempre me gustó ser el jugador nº 12, el 6º ocupante de un coche, o el 2º inventor de algo ingenioso.
No fue nada fácil. Media hora corriendo por les chams elisées y el arco de triunfo, hasta que encontré la parada.
Luego pillar el bus, el conductor que pedía que le diera las gracias y tal, aunque luego me perdonó.
Una hora de viaje con parad incluida, al final bajar en St. Martín – Sta. Jean d’arc y luego 20 minutazos a casa.
Bueno, al menos dormiré más de 6 horas, ya en España lo transcribo a algo legible.
Palabrita de borracho.

LA VOZ DE MADAME VENAIL

La señora Venail ya tiene unos años, aunque más de los que aparenta. Tiene un piano en el salón de su casa, donde se entretiene las mañanas que no está de viaje. Sabe dos idiomas, el suyo y otro, y ninguno de esos dos los conozco, al menos todavía.
La señora Venail tiene una voz dulce. Una vez, cuando era mas joven, la tuvieron que operar de la garganta, y por error, le cortaron las cuerdas vocales. Perdió la voz, y no podía hablar (lógico). Puede ser por eso que empezara a tocar el piano, puede ser, peut être.
Por aquel entonces, Calogero petaba en la radio con un tema que no recuerdo muy bien. La señora Venail escuchaba la radio a menudo. Era su consuelo, ya que no podía escucharse a si misma.
Una mañana, se levantó a encender la cafetera como todos los lunes, miércoles y viernes, luego se metió en la ducha, y empezó a cantar:

“'arrive à me glisser / Juste avant que les portes ne se referment / Elle me dit "quel étage" / Et sa voix me fait quitter la terre ferme / Alors”
(Calogero, En Apesanteur)

De repente, se le cayó la esponja. Salió corriendo de la ducha, cogió el teléfono lleno de polvo, y llamo a su hijo.
Desde entonces se le pone el vello de punta al contar esta historia.

Yo a penas conozco a Madame Venail, hemos coincidido dos días, pues ella estaba de viaje. Ni siquiera sé si la historia es así, porque me la contó en francés, pero a mi me gusta pensar que, a veces, puede que lo que pensemos sea lo que realmente sucedió.
Pero bueno, realmente, solo soy el chico que le subió la canción de Calogero del CD al iPod.

Dejarse el corazón, en otro lugar distinto.

Aquí estoy parado en distintas capitales.

Simplemente quieto, mirando.

Sentado en una terraza, mirando hacia la gente.

La gente va pasando.

Unos se detienen a mirarte, otros no.

Unos una semana, otros tres semanas, otros un mes.

Algunos te piden un numero, una dirección, y prometen llamarte

Otros, (los menos) acercan una silla a tu mesa, te preguntan si se puede, y se sientan a tu lado.

Allí se quedan contigo, hasta que cierre la terraza.

Bibliothèque François-Mitterrand


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Un conte pour enfants

Il parle, je piens.

Bercy, Paris 6 aôut 2009

Music: The Horrors

Acabo de cruzar un puente precioso, el de la bibliothèque F.M. (BnF) El parque tiene su encanto, con sus hippies con malabares y diábolos, sus familias al sol, perros a la sombra, y unos turistas españoles haciendo judo. Niños con monopatines y alguno qque otro haciendo futing.

Desde esta sombrecilla de piedra alcanzo a ver las pistas deportivas.

Será por las pintas o que, que se nota que soy extranjero. Cuaderno en la izquierda y cámara en la derecha. Nada mas llegar al parque no se que me dijo un joven de una pandilla, vamos, que no se, uno porque no entiendo francés, y dos porque iba con la musica puesta.

Musica, que mono, este parque es para tirarse en el suelo con una guitarra, y tocarle lo que se dejara.

Pues yo contesté levantando la mano a modo saludo. No se enojo nadie, asique creo que acerté. Me voy a dar una vueltecita más. Pateare el parque, o puede que vaya a la Gare d’Austerliz, donde tantos llegaron buscando no morir de hambre.

¡Anda mira! ¡Un estanque! ¡Hasta hay gente bañándose!

Para la que hace el amor con las mentes: “Acabo de echar un polvo… increíble.”

Voy en el M6 de vuelta a Bercy, y de hay a Biblothèque, a entrar en un decathlon que hay al lado a ver lo que valen las chozas.

Hay un tio tocando la travesera increíblemente bien, pero no se si tengo un triste céntimo para echarle.

Dos monedas de 5 y una de 10 costó la sonrisa mayor de agradecimiento de este país.

Ahora si que tengo 0,00€ en efectivo, y el lo sabía, de ahí que lo agradeciera mas que las monedas de euro de los señores con corbata.