Entró con la mirada gacha, intentando camuflar un suspiro. Se le había corrido el rimel, su cara denotaba que había estado llorando. “Pobrita” exclamó en bajo una señora mayor que estaba sentada a mi lado.

-¿Que crees que le habrá pasado?- me preguntó.
-Le habrá dejado el novio, o se le habrá muerto algún familiar, pueden ser mil cosas.

La verdad es que el sentimiento de pobrita era acertado para mí también, me enternecía aquella muchacha cuando pasó a mi lado mirando el suelo para sentarse en los asientos de justo detrás de mí, los únicos libres en el autobús de las 12.30.

Después de la primera parada (donde se bajo su compañero de asiento) se colocó de lado, recostándose sobre su derecha, con las piernas en cuclillas, y apoyando la cabeza en el respaldo del asiento de la ventana, un poco reclinado, se puso a dormir.

Se la veía monísima. No la veía con esos ojos desde que empezó nuestra vida juntos, hace ya dos años y medio.